Profecías incompletas, encarna una forma de la melancolía y es una melancolía que pesa, que de manera inevitable configura una densidad: miramos entre las tinieblas. La osadía estética de Pablo Mora es prometernos unas imágenes que no podremos ver: la seducción de penetrar la bella oscuridad (acaso sublime) que sostiene la parafernalia del siglo XX y los vestigios de la cultura occidental. Estamos frente a un mito creado por el artista; es la historia que frente a nuestros ojos se convierte en nebulosas y horizontes velados, en ruinas que se hunden. La exposición es un archivo-ficción, pero también es el interrogante que se levanta frente a la verdad de la palabra, del discurso escrito, leído y pronunciado. Es la escritura fragmentada que “hace imagen” del tiempo innombrable. Es una lista poética, el inventario de un mundo, el delirio de producir sinsentido.
Pablo Mora ha catalogado y enumerado 2500 cajas de filminas donde arbitrariamente ha inscrito categorías que derivan de lecturas insaciables. Los austeros contenedores dispuestos en vitrinas cerradas, prometen un contenido a partir de su acomodo impreciso e incompleto, como un auténtico desorden que excita la imaginación de quien los observa y donde surge el deseo de alcanzar una imagen. Ver, leer y sentir esta instalación incita otras lecturas del mundo e implica deambular entre “palabras-imágenes” que parecen tan familiares como extrañas; nos confronta con la inquietud misma del tiempo contemporáneo y con la inestabilidad de los espíritus en desconcierto. Las pinturas, por su parte, con su resplandeciente oscuridad anulan la idea romántica del paisaje al emular esa profecía incompleta que fundó la modernidad: una entelequia esplendorosa y terrible.
No es ajena la retórica de la que se vale el artista como “los ruidos del progreso”, “los temperamentos metafísicos”, “los razonamientos bastardos”, “las estéticas desaparecidas”, “los laboratorios neoliberales”, “los discursos lúgubres” y “las manifestaciones de la brutalidad”. El proyecto surge de una reflexión silenciosa y profunda, de no encontrar sosiego en medio de un mundo voraz y corrupto; de pensar a través de otros “pensadores”; de poner sobre una mesa todas las ideas de un siglo que no termina; de la presencia eterna y recalcitrante de unas voces que contienen la bondad y la maldad, la ingenuidad y la soberbia; y, sobre todo, dan cuenta del apego a las palabras dichas y a los discursos que sostienen el mundo y lo derrumban.
“Es todo un caos de cosas ningunas”
Fernando Pessoa
