Por más de 10 años, el artista toledano Juan Baraja ha dedicado su quehacer artístico a la profunda observación de los espacios arquitectónicos. A través de su lente y sus composiciones meticulosamente estudiadas, la belleza del mundo de lo sutil y lo cotidiano se revela ante nuestros ojos. Sus fotografías son el resultado de encuentros con lugares aparentemente estáticos que adquieren otra dimensión gracias a su sensibilidad y agudeza.
El Orden Justo, su primera exposición individual en Latinoamérica, es una revisión de las series más representativas de su trabajo. En Experimento Banana, Sert Miró, Águas Livres y Norlandia reflexiona sobre las tensiones sociales y culturales en relación al espacio, y la aparente quietud en medio del tránsito.
Juan Baraja ha participado en múltiples exposiciones colectivas e individuales alrededor del mundo y ha sido galardonado con diferentes premios y menciones. Sus obras reposan en más de 20 colecciones incluyendo: la Real Academia de España en Roma, la Fundación Cerezales Antonino y Cinia en León y la fundación María Cristina Masaveu Peterson en Madrid.
Hipódromo
El complejo del Hipódromo de Zarzuela, es un edificio racionalista diseñado por los arquitectos Carlos Arniches Moltó y Martín Domínguez, con la colaboración del ingeniero Eduardo Torroja en 1931. Después de pasar por momentos de cierre, explotación y apertura, la construcción fue declarada Monumento Histórico Artístico en 1980 y Bien de Interés Cultural en 2009.
Para Juan Baraja, es de nuevo la luz el elemento formal a través del cual se (re)construye la experiencia arquitectónica. Las paredes blancas de ángulos que desafían la percepción espacial, el diseño excepcional de las tribunas, las robustas columnas que sostienen techos y bóvedas abiertas al exterior, la fluidez inusual de las formas de este edificio. Todo, capturado por el lente del fotógrafo de la manera más sensible y aguda posible.
Sert-Miro
La amistad entre Josep Lluis Sert y Joan Miró da inicio en los años 30 del s. XX, momento en el que ambos forman parte de la Asociación de Amics de l´Art Nou y dio lugar, entre otras creaciones, al taller del pintor en Mallorca, proyectado por Sert y edificado a finales de 1956. El espacio pensado por Sert, una nave diáfana, atenazó a su amigo durante más de tres años, tiempo necesario hasta que Miró fue capaz de realizar la primera obra en este lugar: un mural cuyo destino era la casa de Sert en Cambridge (Massachussets).
El taller fue la primera obra de Sert en España, donde había sido inhabilitado como arquitecto por la dictadura, tras su exilio posterior a la Guerra Civil. Los materiales que dan forma al taller –hormigón, piedra y arcilla– reúnen con una personalidad propia y mediterránea algunos de los rasgos característicos de la arquitectura posterior a Le Corbusier y el movimiento moderno con las señas de madurez de Sert y su lenguaje arquitectónico. El edificio es sensible al contexto geográfico, a la tradición arquitectónica balear y al espíritu de Miró.
En 2015, Juan Baraja fue invitado por la Fundación Miró a realizar un proyecto fotográfico sobre este espacio, consagrado finalmente como la gran factoría creativa de Joan Miró hasta su muerte en 1983.
Norlandia
Durante el 2014, en el marco de la residencia Listhus, Juan desarrolló varios proyectos en Islandia entre ellos, Norlandia.
El proyecto se desarrolla en la pequeña población de Ólafsfjordur, situada al noroeste del país. Este pueblo, conformado por un reducido número de habitantes, es fundamental para la industria pesquera islandesa, ya que abastece los múltiples mercados locales y de la región. Por esta razón, un buen número de sus habitantes son empleados de Norlandia, compañía dedicada a la actividad pesquera. Debido a su ubicación geográfica, la población de Ólafsfjordur vive bajo una condición particular, que llamó la atención del artista. Durante julio, sus habitantes no ven la puesta del sol durante todo el mes. Esta situación genera una relación particular de los habitantes con la luz (elemento primordial para la fotografía), generando una dinámica importante para la creación de supersticiones locales en torno al lugar.
Norlandia, es uno de los pocos proyectos de Baraja en los que aparece la figura humana, evidenciando su interés particular por la relación que entablan con el espacio
Experimento Banana
En el año 2014, Baraja desarrolla un proyecto fotográfico en Islandia, en el marco de la residencia Listhus. Para este trabajo, decide direccionar su mirada hacia el decaimiento, tanto físico como contextual, de la industria bananera islandesa.
Aunque parezca inverosímil, fue a principios de la década de los 40 que se inicia el cultivo de esta fruta en Islandia; un país de condiciones bastante alejadas, en apariencia, del ideal tropical que se necesita para el crecimiento del banano. Sin embargo, debido a la dinámica actividad volcánica de este territorio, es posible encontrar tierras fértiles y de temperaturas provechosas cerca de la superficie. Por esta razón, el campo científico dedicado al estudio de este tipo de terreno que se conoce como Geotermia, es particularmente fuerte en este país y es una de sus fuentes de energía más importantes. Esta particularidad geológica permitió que, en los primeros años de segunda mitad del siglo XX, Islandia pudiera experimentar con el cultivo agrícola de este fruto e incluso generar un mercado local del mismo.
A pesar del esfuerzo del gobierno y de instituciones científicas y educativas islandesas por fortalecer la industria, dadas las condiciones, fue difícil competir con el precio de productores de banano cuyas características climáticas permitían unos costos de producción mucho más bajos (ej: Ecuador, Filipinas, Colombia). De esta manera, esta industria se hizo menos competitiva y fue disminuyendo y decayendo con el tiempo, así como los bananeros en donde tenían lugar los cultivos.
En Experimento Banana, Juan Baraja nos muestra las particularidades de una industria casi onírica, fugaz que, aunque aún existente, se encuentra al borde de la extinción. Es una mirada aguda al decaimiento industrial y a la arquitectura racionalista propia de la época.
Catedrales
La serie Catedrales fue realizada entre 2009 y 2012. En ella, Juan Baraja captura los interiores de las cementeras de La Robla, Morata de Tajuña, Noblejas, Toral de los Vados y Murcia, centros de producción industrial que propulsaron el desarrollo de las poblaciones españolas durante el siglo pasado. Los edificios se levantan como vestigios de una época ahora olvidada. Abandonados, desiertos, cubiertos de polvo, se han convertido en memorias hechas de concreto y acero. El nombre de la serie remite a la cercanía formal de algunos elementos arquitectónicos de los edificios con las catedrales del Siglo XIII; su altura, sus cámaras, los espacios para albergar artefactos; sobre todo, a esa suerte de solemnidad que da el paso del tiempo, y de la luz que revela, además de los espacios desprovistos de ornamento, utopías del desarrollo.
Obras
Artista
Juan Baraja
La fotografía de Juan Baraja funciona como un documento subjetivo e intimista que atestigua las ligeras transformaciones de lo cotidiano a través de la claridad y la calma. Interesado en la luz como problema estético, su trabajo fotográfico encuentra lo bello en la variedad, la pequeñez, la delicadeza y la claridad del color.
Tanto en sus retratos como en sus paisajes y en su fotografía arquitectónica, Baraja cumple con el propósito de “iluminar”, aportando verdad y conocimiento a través de la imagen y compartiendo algo “sincero, desnudo y rotundo”, como él mismo afirma. Sus fotografías se convierten en espacios metafísicos y expectantes, calmos y misteriosos, en los que la nostalgia reemplaza a la historia, tal como señala el curador Santiago Rueda.
Baraja se presenta como un artesano de la fotografía que regresa a las cámaras analógicas, con todos sus beneficios y complicaciones. Su mirada paciente, en la que la prolongación del tiempo dedicado a cada toma contrasta con el ritmo acelerado de la imagen en la contemporaneidad, evidencia un detenimiento consciente sobre las particularidades de la arquitectura y de la existencia humana, que no son evidentes para cualquier ojo.
“Había encontrado el formato perfecto, ni demasiado largo ni demasiado estático; el necesario para dedicarle a cada toma el tiempo suficiente, para ordenar y fijar el pensamiento dentro del cuadro sin reparar aún en la imagen. Esa oscuridad me aisló de cualquier estímulo a mi alrededor que no fuera la propia escena e hizo que todos los sentidos se concentraran en uno solo. Me convertí, de pronto, en un fotógrafo inmóvil, poco azaroso (nunca lo fui).”