Hace cuatro años, Gabriela Estrada emprendió la construcción de una casa poco común: un nido con paredes que respiran y techos tejidos, donde la vida interior nace de la conversación con la montaña que la contiene. En este territorio íntimo, sin límites entre el afuera y el adentro, la naturaleza crece libremente y las raíces propias se entrelazan con las del lugar para hacerse más fuertes
En el proceso de concebir su casa, utilizando sus manos y estableciendo un encuentro con la tierra, Gabriela comprendió que el cuerpo femenino de la montaña y el suyo existen en correspondencia. Ambas, mujer y montaña, son guardianas de la naturaleza, que cíclicamente las convierte en contenedoras y contenidas: “La montaña, la casa y el útero están conectadas por raíces y por hilos. El útero es la primera casa en donde habitamos, el lugar donde nos acurrucamos. Para habitar una casa hay que acurrucarse, y para habitar la montaña, también. La montaña es útero; es el lugar sagrado donde estamos protegidas y que tenemos que proteger. La montaña, la casa y el útero son cuerpos y seres femeninos. Son abuelas, son madres y son hijas. Cargamos montañas en nuestros vientres, y la montaña nos carga desde antes de nacer y hasta después de la muerte”.
Gabriela cuestiona la naturaleza que es maltratada como un objeto, explotada como una pertenencia e invisibilizada. Su obra reflexiona sobre las distintas maneras de habitar, comparte los diferentes momentos de escucha que establece con la montaña y amplifica estas conversaciones. El cuerpo cambiante de la montaña, indispensable para la continuidad de la vida, se ha vuelto frágil y finito. Conversaciones con la Tierra es una invitación a recordar y honrar con reciprocidad el lugar donde habitamos.
Creditos: Daniela Marín Aristizábal