El sueño de las cosas
Cuando los objetos abandonan su obediencia
17 de junio 2025

En un mundo saturado de utilidad, donde la eficiencia se celebra como virtud suprema, llega un grupo de obras que parecen decirnos: basta. Que algo sirva no lo hace bello. Que funcione no significa que sea libre. En la exposición colectiva El sueño de las cosas, curada por Sol Astrid Giraldo, los objetos se rebelan contra sí mismos en una especie de teatro absurdo y político donde su inutilidad se convierte en fuerza poética. La muestra, presentada en la sede de Medellín de la Galería La Cometa, del 10 de abril al 5 de junio, reúne a un grupo diverso de artistas que desmontan lo cotidiano para revelar, entre esquirlas, preguntas más hondas sobre la memoria, la fe, la violencia y el lenguaje.
Cuando el destapador se niega a destapar
La premisa curatorial es provocadora: ¿qué sueñan las cosas cuando ya no las usamos, cuando no las miramos, cuando su utilidad se ha disuelto? La respuesta no se da en un manifiesto sino en una serie de instalaciones, esculturas y ensamblajes donde los objetos abandonan su funcionalidad para mutar en signos delirantes. Hay aquí una especie de autoinmunidad poética: las cosas se atacan a sí mismas para poder liberarse.
Desde el inicio, la curaduría propone una lectura crítica de los objetos como agentes históricos y políticos. Los zapatos, los destapadores, las máquinas de escribir o las velas no son solo herramientas. Son memorias en pausa. Son dispositivos ideológicos. Son los cuerpos heridos de un sistema de producción que, al volverse obsoleto, se vuelve también absurdo.
Glenda León: el lenguaje con peluca
La pieza Escribiendo en mi cabeza de Glenda León es quizás el resumen visual de esta poética de la disfunción. Una máquina de escribir antigua, intervenida con una melena de cabello artificial, se transforma en un animal mudo, un artefacto literario sin texto. León juega con la tensión entre lo mecánico y lo orgánico, lo arcaico y lo sensible. La máquina, despojada de su función, se convierte en una cabeza pensante, en un cuerpo que recuerda que toda palabra dicha tiene un eco corporal y político.
Sonnia Yepez: lo sagrado en cera
Las obras de Sonnia Yepez, integrante de la muestra, construyen un altar doméstico donde la fragilidad es una forma de resistencia. En Cúmulo de fe, una alfombra de parafina se despliega como un territorio delicado y reverente. La vela encendida, ritual cotidiano de tantas casas latinoamericanas, es aquí solidificada, detenida en su combustión. Yepez captura el instante en el que el fuego se convierte en recuerdo, y con él, el rezo, la espera, la esperanza.
En Dial, la artista reemplaza el bafle de un radio por una estructura de cera, generando una interferencia conceptual entre el sonido y la materia. Hay aquí una poética de la desaparición: el sonido que ya no escuchamos, la vibración que se volvió fantasma. En tiempos donde todo está hiperconectado, Yepez nos obliga a escuchar lo que se apaga.
Alejandra Arbeláez: botánica crítica
Las piezas de Alejandra Arbeláez, Automatismo y Des-Monte, trabajan con delicadeza el vínculo entre lo natural y lo manufacturado. A partir de hojas esqueletizadas, construye sistemas visuales que evocan engranajes industriales y estructuras frágiles. En Automatismo, la artista confronta la paradoja del progreso: el mismo que produce bienestar es el que destruye los ecosistemas. En Des-Monte, habla desde la inestabilidad como forma de habitar, de un mundo que se monta y se desmonta sin cesar, como nuestra relación con el territorio y la memoria.
Estas obras son frágiles como una advertencia. No están para ser tocadas, sino para ser comprendidas con la sutileza de quien ve cómo una hoja seca puede explicar el colapso de un sistema entero.
Johan Gil: entre el miedo y la luz
A un paso, instalación de Johan Gil, es una pieza inquietante. Decenas de zapatos de porcelana cuelgan del techo, en referencia a una práctica popular y siniestra: lanzar zapatos a los cables eléctricos para marcar zonas de control territorial o venta de sustancias ilícitas. La pieza incorpora sensores que alteran la velocidad de una bombilla según la proximidad del espectador, replicando el ritmo cardíaco en estados de alerta. Aquí, el cuerpo reacciona antes que el pensamiento: es el miedo el que ilumina.
La violencia se sugiere. El espectador se convierte en intruso. Caminar entre los zapatos suspendidos es, al mismo tiempo, una experiencia estética y una alerta física.
Daniel Gómez: la minuciosidad como acto subversivo
El trabajo de Daniel Gómez ocupa una parte extensa de la muestra, y con razón. Sus esculturas de objetos cotidianos —clips, sacapuntas, cerraduras, etiquetas— tallados en materiales nobles como alabastro, plata, grafito o bronce, transforman lo banal en reliquia. Cada pieza es una cita a la que ignoramos por exceso de familiaridad. Al tallar un sacapuntas en grafito o un destapador en vidrio de botella, Gómez no sólo subvierte la lógica material: convierte el gesto artístico en una arqueología del presente.
Su obra Silenciado, hecha en plomo fundido y nylon, podría pasar desapercibida si no fuera por su densidad simbólica. ¿Qué se silencia cuando un objeto ya no cumple su función?, ¿cuando se transforma en cuerpo escultórico? Gómez convierte al objeto en sujeto, y con ello lanza una pregunta clave: ¿quién decide qué es arte y qué es solo cosa?
Una curaduría Sol Astrid Giraldo de cosas sublevadas
En esta edición de la exposición colectiva en Medellín, la curaduría Sol Astrid Giraldo despliega una mirada aguda y filosófica sobre los objetos y su potencial expresivo en el arte contemporáneo. Giraldo, reconocida por su capacidad de entrelazar pensamiento crítico con sensibilidad estética, propone una narrativa donde las “cosas” no solo son materia inerte sino entes que piensan, interrogan y se resisten a sus propios usos. A través de su texto curatorial, activa una lectura en la que los objetos y arte reunidos “libran combates contra su propia esencia”, desactivando su función original para volverse formas imposibles, cargadas de crítica, memoria y disidencia formal.
La voz curatorial de Giraldo atraviesa toda la muestra como una pulsación que invita al espectador a interrogar no sólo los objetos exhibidos, sino su propio vínculo cotidiano con ellos. Bajo su dirección, las piezas pierden su utilidad para ganar densidad simbólica. La curaduría propone un ensayo visual sobre el peso de la materia en tiempos de virtualidad, y sobre cómo lo doméstico, lo fragmentario y lo fallido hacen parte del lenguaje de la escultura contemporánea. La muestra es, así, un laboratorio de pensamiento encarnado en la forma, donde cada artista dialoga con la idea de “cosa” como agente cultural y simbólico.
¿Qué sueñan las cosas?
Quizás sueñan con ser vistas de otro modo. Con que las toquemos no con la mano, sino con la mirada. Quizás sueñan con dejar de ser herramientas para convertirse en metáforas. En El sueño de las cosas, los objetos pierden su obediencia y ganan una voz. Y esa voz, lejos de gritar, susurra desde el detalle, desde la materialidad, desde el error, desde la nostalgia.
En un tiempo donde la virtualidad domina nuestras interacciones, esta muestra nos recuerda el peso —y el poder— de lo tangible. Nos obliga a pensar en qué dejamos de mirar, en qué dejamos de escuchar, en qué dejamos de tocar. Nos invita a soñar con las cosas.
Y, sobre todo, a pensar lo que significa estar rodeados de ellas.