7 de diciembre 2024
Con la sencillez típica en las reflexiones maduras, la artista Liliana García nos hace ver cómo el mundo está concebido para un disfrute exclusivo.
Dice el Banco Mundial que cerca de 1.000 millones de personas sufren algún tipo de discapacidad: más o menos 15 % de la población humana. En Colombia, las autoridades sanitarias sostienen que se trata de casi un millón y medio de seres humanos para los que cada día depara obstáculos adicionales, a veces infranqueables, en comparación con aquellos que enfrentan los demás. Y dichos obstáculos están ahí porque los “demás” se ven a sí mismos como un estándar poblacional, como la norma base para el desarrollo de todo: de la infraestructura urbanística, del diseño arquitectónico, del mobiliario, los electrodomésticos, los vehículos —de todo tipo—, los implementos de cocina, los mensajes publicitarios... El resultado es que esa norma capacitista aplasta la excepción, incluso cuando esta no es tan minoritaria.
Por eso, Revista Credencial desea destacar la obra de Liliana García, una artista que explora soportes escultóricos para cuestionar esa realidad con lo que podría llamarse una “sutileza categórica”: una cama inconcebible para el cuerpo humano, pues sus tablas están dobladas como si fueran un error; una silla en la que sería doloroso sentarse; una taza que es a la vez un plato, pero que no sirve como ninguna de las dos cosas... Quizá lo más impactante del resultado es que todo luce bien: incluso bello. Sin embargo, cada objeto carga con una agresividad reflexiva: son objetos imposibles, inaccesibles, que nos hacen ver cómo aquellos que nos esperan en casa están pensados para la norma y rara vez para la excepción: un privilegio desapercibido.
García nació en Medellín en 1977. No puedo creer lo que mis ojos ven es una serie de obras que discurren sobre lo anterior y que se han visto, entre otras, en la Galería La Cometa, que tiene sedes en Bogotá, Medellín, Madrid y Miami, y que representa a la artista paisa.