6 de diciembre 2024
Comparto lo dicho por George Orwell cuando afirma que: “La historia oficial la escriben los vencedores”, y no es necesario ser vidente para comprender que aquello que parece ser un mal augurio o una predestinación naturaliza la violencia y la depredación, como eje de un estigma por el cual no dejamos de preguntamos, ¿cómo esta humanidad sigue manteniéndose en pie?
Un equilibrio precario que Carlos Castro Arias, artista visual, profesor y músico colombiano, residente hace 10 años en San Diego, Estados Unidos, sortea a la distancia, y que viene a confirmar que no ha perdido esa capacidad de asom-bro, que continúa despierto y atento a lo que ocurre en su país, y persevera en reconstruir proyectos que conceptualmente subvierten ese modo tan particular de resistir que tiene su patria y Latinoamérica en general. Y lo expresa sin ambigüedades: "Creo que es importante reestudiar y volver la mirada a elementos de la historia que han forjado la manera en que pensamos y vemos el mundo, por eso me parece interesante poder mostrar un punto de vista diferente, y lograr alguna relación de pronto no tan esperada entre dos momentos históricos o dos símbolos u objetos que nos permitan cuestionarlos y volver la mirada a cosas que damos por sentado, y eso es lo que me parece interesante que se puede lograr con una obra".
Lo más decidor es que este artista relaciona elementos tan primarios como cuchillos decomisados y los transforma en cajas de música, donde resuenan melodías de marchas militares de los grandes imperios, haciendo un paralelismo entre esas grandes guerras y la batalla que libra quien usa ese utensilio callejero para sobrevivir. Contrapunto sobre el que Carlos comenta: "Las armas son objetos que se ocupan tanto para defenderse y atacar, como para llevar a cabo una guerra con letras mayúsculas". Una deliberación donde también sale a la luz el sincretismo cultural y la violencia entronizada a la que estamos inmersos a nivel global. Por eso es categórico al afirmar que "la violencia del uno sobre el otro es una constante que se da también en la naturaleza, no sólo en los seres humanos". Aquí es oportuno destacar que él no nos induce a tomar una posición determinada, ya que traza un itinerario histórico reflexivo donde se apropia de ciertos símbolos, resignificándolos para que otros los interpreten e interpelen, o le agreguen la carga que estimen conveniente, como evidencian las esculturas de Cristóbal Colón e Isabel la Católica, intervenidas con chaquiras plásticas, símbolo de la cultura Inga del Putumayo. Un punto en que Carlos es taxativo:
"No podemos pensar estos 500 años sin Colón, crecimos con la sensación de descolonizar, pero es imposible borronear ese pasado. Porque estos personajes nos han tocado a todos y no podemos olvidar, tumbar cosas que no se pueden cambiar. Es importante que la gente lo sepa, porque la historia es cíclica".
Un precedente que puede arrancarnos de cuajo, pero querámoslo o no, ha ido moldeado esa narración colectiva y personal, apostando arquetipos que este artista reconfigura, tomando la cita de Williams Faulker: "El pasado nunca muere. No es ni siquiera pasado". Para nominar incluso a uno de sus proyectos antológicos más notables, donde se apropia de elementos del pasado para cuestionar el presente.
Aunque, dentro de esa alquimia constructiva, sobresale el que no encarne el drama de quienes cargan el peso de una mitología martirizante, que hace que los espasmos y el horror del pasado colonialista nos salgan por los poros como una trau-mática pústula, ya que recombina los símbolos del poder, los íconos de la cultura popular y los géneros de la tradición áulica de la historia del arte, formulando piezas híbridas que aluden a esculturas conmemorativas, gobelinos, pinturas e intervenciones tan alegóricas como una patrulla policial que en su interior cobija una iglesia.
Un curioso templo en el cual además se oye música. Con la inmanente intención de que el espectador se pregunte "¿Qué clase de broma es esta?" y en paralelo vea que es inútil echar mano al auto-tune, para corregir imperfecciones o desafinaciones del mundo político o religioso. Otra muestra irrefutable de que la música para Carlos es un componente vital: "La música se vive, se siente y es su espíritu y su energía la que me nutre con imágenes sonoras y visuales, y me reconozco en la cumbia, la salsa y el rock por su rebeldía, y porque la música me entrega la posibilidad de experimentar la realidad desde un punto de vista menos racional".
Por eso no es tan erróneo el quedarnos con la sensación de que todo es un cover.
Porque al observar con detención el quehacer de este artista podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que es una especie de "estibador", que reacomoda a su modo, inclusive revelando el reverso de nuestra carga histórica, pero sin la intención de proponer una sola verdad, ni tampoco exclusivamente con la idea de cuestionar o parodiar, sino más bien con la idea de desplegar horizontes que amplien la perspectiva del observador, dejándolo en libertad de interpretación y acción frente a su obra, en eso es absolutamente consecuente y lo manifiesta sin tapujos: "El arte es una manera de reflexionar, de entender el mundo, la historia, las cosas que nos rodean, lo sensible, y que va mucho más allá de una crítica social. Lo más lindo del arte es cuando nos permite ampliar esas concepciones cerradas, y nos permite expandir nuestra mente y generar nuevas conexiones de neuronas, que están por encima de cuestionar modelos capitalistas o sistemas sociales".
Hay que entender que este creador, en esa suerte de amasijo conceptual e histórico en paralelo, retrotrae no sólo el aquí y ahora de su historia personal, sino que se remonta a la primera infancia, con las que todavía sigue inevitablemente unido:
"Siento que la vida da vueltas como en círculos y hay cosas que hemos vivido en el pasado con las que seguimos lidiando. Sensaciones, traumas e imágenes, y donde el arte se vuelve una oportunidad para reflexionar y volver a esos momentos, a esas imágenes que lo mueven a uno y que "te mueven el estómago", no tanto desde lo racional, sino más bien desde lo instintivo. Porque esa reflexión sigue estando ahí con la niñez y la manera en cómo fuimos educados, y esto es una forma de responder a esa manera dogmática en la que la educación a veces se presenta. Encuentro interesante reflexionar sobre eso en mi arte, porque es como buscar otras imágenes, otras relaciones y generar esas nuevas visiones en el espectador".
Convengamos entonces que lo que hace Carlos Castro con sus apropiaciones igualmente es una forma de conquista, en la que va trazando el mapa con sus inquietudes, afectos, frustraciones y anhelos, recurriendo a una suerte oximoron, mediante el cual combina realidades aparentemente opuestas (en tiempo y en espacio), y demuestra que todo va, vuelve y sigue así a perpetuidad, igual que un bucle y, por tanto, su propuesta apela a que no veamos la historia desde la butaca, sino siendo partícipe de ella.