20 de febrero 2024
El proyecto Alias: los otros nombres nació durante el 2020, el año de la pandemia. De manera minuciosa y con una metodología de investigador social, Camilo Restrepo recopiló y recortó del periódico El Tiempo todos los alias publicados en sus páginas y los clasificó posteriormente por fecha, número de apariciones y grupo(s) delincuenciales a los que pertenecen. Luego, el artista buscó en Google Images los 503 nombres que salieron de este obsesivo proceso clasificatorio y los transformó en dibujos, basándose en la yuxtaposición de diferentes imágenes que cada uno de estos alias arrojó como resultado de su búsqueda, además de una articulación narrativa que hizo con la información acerca de sus anécdotas y prontuarios criminales, extraídos de la prensa, el internet, la literatura y el voz a voz popular. Este último proceso, que es riguroso, compulsivo y subjetivo a la vez, opera como una suerte de inteligencia artificial análoga, que establece sus propias y contradictorias reglas de operación para la generación de imágenes.
Las estrategias planteadas por Restrepo para este proyecto no solo nos cuestionan acerca de nuestra alfabetización visual mediada por la cultura y las historias individuales y colectivas, sino también por el efecto que tienen las imágenes y las noticias de los medios de comunicación contemporáneos en los diversos públicos. En este sentido, los calendarios de apariciones de los alias que se muestran en la parte posterior de cada uno de los dibujos son un termómetro de los flujos de información noticiosa con que se alimenta la percepción colectiva retrospectiva de guerras, conflictos políticos, sociales y en general del imaginario del conflicto en Colombia.
Vivimos un presente suspendido en la violencia. Restrepo nos presenta una suerte de memorial de la barbarie, que permea las memorias en disputa del espectador en conjunción con su conocimiento, preconcepciones y emociones; enuncia, además, a la prensa y a los medios de comunicación como el espacio por excelencia donde se disputan estas memorias. El periodista Simón Posada, colaborador de tiempo atrás del artista, es invitado por la curaduría de esta exposición a develar estas claves en un conjunto infográfico y de entrevistas a colegas periodistas, que hacen un acompañamiento como dispositivo museográfico.
Los 503 dibujos de Alias: los otros nombres se dividen entre la aparente neutralidad política y la tentación de elaborar un buen chiste a partir de los disparates de la realidad. Además, con la yuxtaposición de imágenes de la cultura popular y las referencias culturales a nuestra historia reciente, producen una descarga estética que se combina en esta suerte de alebrijes o frankensteins, que en la aleatoriedad de su representación le plantean al espectador una sátira tragicómica del mundo que lo rodea. En este mismo sentido, la incorporación de técnicas y operaciones aleatorias como cinta adhesiva, crayón, saliva, polvo o lavado con agua a presión, entre otras, parecen burlarse de la idea misma del dibujo y el papel como piezas preciosamente delicadas, que deben ser conservadas como obras de arte.
La sátira y el humor desestabilizan la amnesia colectiva y ablandan la incapacidad de comprender por completo el acontecimiento traumático: “mejor reír que llorar”, diría el dicho popular. El trauma cultural exige distancia, mediación y representación. En la cultura reciente del siglo XX, la sátira y el humor han sido herramientas para mitigar la experiencia del trauma: Chaplin y el cine mudo en una sociedad asolada por los conflictos, el hambre y la pobreza a inicios del siglo XX; las caricaturas satíricas en las revistas de prensa popular en diferentes sociedades en conflicto alrededor del mundo o los artistas de la postguerra alemana, como Sigmar Polke.
Los alias encarnan la figura del perpetrador, pero más allá de ello son un síntoma social, un culpable que ayuda a eludir la responsabilidad sobre entramados más complejos que han marcado el conflicto colombiano en los últimos años. Estos alias representan una vorágine de violencia que se repite y se autogenera a lo largo de la historia reciente del país. Alias como Sangrenegra, el Cóndor, Caledonio Vargas y el Chimbilá fueron tristemente célebres por sus barbaries en el periodo de la violencia partidista de los años cincuenta; los remoquetes presentados por Restrepo en esta obra del 2020 son tan solo una fotografía de un proceso que continúa y se reproduce en ciudades y pueblos en las zonas rurales del país. En esta otra capa oculta de la obra de Restrepo se esconden las desigualdades de una sociedad que propicia que miles de jóvenes sin oportunidades de educación y trabajo alimenten los ejércitos de diversos grupos armados, que pasan por la delincuencia común, el narcotráfico, la guerrilla o el paramilitarismo.
La representación de los alias se debate en la ambigüedad entre el monstruo y el superhéroe; son caracteres antagónicos que encarnan los síntomas de traumas colectivos como la guerra, el narcotráfico, la amenaza del terrorismo, la desigualdad social, de género y raza, así como la pobreza o el desplazamiento. En la compulsión y la repetición de este mundo creado por Camilo Restrepo, la historia se convierte en la escritura de síntomas, y los síntomas son estructuras repetitivamente represivas.
Carlos E. Betancourt.
Curador