Ana González
Entre la tierra y el agua
3 de julio 2025

La artista colombiana Ana González presenta Llovizna, su más reciente proyecto expositivo en Galería La Cometa, donde reflexiona sobre el conflicto del agua en los páramos y en los ecosistemas que funcionan como cuencas hídricas. La muestra reúne instalaciones textiles, esculturas en porcelana y archivos fotográficos que articulan una mirada crítica sobre la relación entre naturaleza y sociedad.
El trabajo de Ana González se ha consolidado en las últimas dos décadas como una propuesta central dentro del arte contemporáneo colombiano. Su obra transita con fluidez por distintos medios, como el bordado, la instalación, la fotografía, el dibujo y el arte textil. Más que una exploración técnica, su enfoque artístico se caracteriza por una coherencia conceptual que utiliza el arte para abordar lo que ha sido desplazado, olvidado o violentado: la memoria ambiental, las comunidades indígenas y los ecosistemas en riesgo.
Nacida en Bogotá en 1974, González ha desarrollado una práctica que se alimenta tanto de la investigación como del trabajo colaborativo. Su interés por los procesos comunitarios y los saberes tradicionales la ha llevado a incorporar materiales naturales, archivos territoriales y técnicas manuales en sus obras. Más que representar la naturaleza, trabaja desde ella, asumiendo una postura ética y crítica frente al entorno.
Llovizna: lo sutil como advertencia
En Llovizna, su proyecto más reciente, la artista despliega una serie de piezas inspiradas en el páramo de Chingaza, una reserva ecológica esencial para el equilibrio hídrico de Bogotá y sus alrededores. La exposición se estructura en dos conjuntos principales: Serranía del Dios de la Noche, una instalación textil de gran formato, y Flora de agua, una serie de esculturas en porcelana y pinturas que retratan especies vegetales propias de los cuerpos de agua y cuencas.
El lenguaje visual de Llovizna opera desde lo sutil: telas que se deshilachan, imágenes que se desvanecen, tonos que evocan musgo, niebla o agua estancada. Aunque los recursos sean mínimos, el mensaje es contundente: la naturaleza tiene su propio ritmo, y ese ritmo está siendo interrumpido por las dinámicas extractivas impuestas por el ser humano.
A través de textiles sublimados y tratados manualmente, González convierte el tejido en una superficie sensible, capaz de narrar aquello que no suele nombrarse: el deterioro silencioso de los ecosistemas. Lejos de cualquier gesto efectista, su obra propone una estética de la atención y la escucha frente a la actual crisis ambiental.
La forma como resistencia
Uno de los pilares del trabajo de Ana González es la materialidad como forma de resistencia. En Serranía del Dios de la Noche, nueve piezas textiles dispuestas en forma de medialuna crean un recorrido que rompe con el esquema convencional de la sala expositiva. El visitante no atraviesa la obra: la rodea, se ve inmerso en ella.
En Flora de agua, cada planta representada —frailejones, bromelias, musgos— adquiere un doble significado: como símbolo ecológico y como forma de conocimiento. El uso de la porcelana para algunas piezas enfatiza esa tensión entre la fragilidad y la permanencia. Lo delicado, en la obra de González, no es sinónimo de debilidad, sino de valor.
Con Llovizna, la artista también amplía su reflexión sobre la representación. Si antes centraba su atención en la figura humana y el desplazamiento forzado, ahora cede la voz al territorio. No son los habitantes quienes narran: son los páramos, las plantas, el agua. La naturaleza se convierte en sujeto, no en escenario.
Hilos de río, mar y selva: un recorrido vital
El libro Hilos de río, mar y selva no es simplemente una recopilación de obras, sino una cartografía visual de la relación entre arte, territorio y conocimiento ancestral. A través de sus páginas, se presenta una documentación precisa y sensible del trabajo de González en contextos marcados por la biodiversidad, la memoria indígena y los saberes tradicionales.
Más allá del registro visual, la publicación articula una forma de pensamiento donde el arte se propone como mediador cultural. Allí, el trabajo con comunidades uitoto, misak y wayuu se incorpora como parte estructural de una práctica colaborativa que cuestiona las jerarquías tradicionales del arte contemporáneo.
En especial, destaca el proyecto Nymphaea Salvaje, en el que la artista trabaja con flores amazónicas, registrando tanto sus formas como sus significados espirituales. Cada especie, reproducida en porcelana, cumple una función simbólica dentro de su comunidad: purificar el agua, el viento o la tierra. Así, el libro funciona como una plataforma de diálogo entre la botánica, la antropología y la estética.
El arte como mediador de saberes
Uno de los aspectos más consistentes en la obra de Ana González es su capacidad para poner en diálogo disciplinas diversas como la ciencia, la botánica y la cosmovisión indígena. En sus proyectos, estos saberes conviven sin jerarquías, permitiendo que la tradición oral y el archivo científico se entrelazan.
Esto se manifiesta, por ejemplo, en su tratamiento del agua. No la presenta como un recurso, sino como una relación. El agua en su obra es frontera, tránsito, cuidado. Desde los páramos hasta el mar, González construye un relato visual que interroga el vínculo que cada espectador mantiene con aquello que considera “natural”.
Palabras clave que emergen de su obra
A lo largo de su trayectoria, Ana González ha formulado preguntas fundamentales sobre el papel del arte frente a las crisis sociales y ecológicas. Su obra logra sostener una reflexión crítica sin renunciar a la dimensión estética ni al rigor formal.
En este contexto, conceptos como memoria ecológica, arte textil contemporáneo, tejido como arte, páramo de Chingaza y ecosistema como archivo resultan esenciales para comprender la profundidad de su propuesta. Más que términos, son puntos de anclaje que permiten explorar el potencial del arte como herramienta de pensamiento.
La constancia como gesto político
La coherencia, sensibilidad y solidez conceptual del trabajo de Ana González confirman su lugar como una de las voces más relevantes del arte contemporáneo colombiano. Su obra articula materiales, lenguajes y territorios en una propuesta que es a la vez poética y política.
Llovizna no es únicamente una exposición sobre el páramo o las plantas. Es también un llamado urgente a proteger lo que aún puede cuidarse. González nos recuerda que los ecosistemas son también archivos, que el arte puede ayudarnos a leerlos, y que todo gesto estético implica, en última instancia, una posición ética.