14 de septiembre 2024
Los oficios sin nombre
Del 14 de septiembre al 25 de noviembre
Curaduría: William Contreras Alfonso
Lugar: Museo Subterráneo Monumental, 180 metros bajo tierra. Carrera 6, Calle 1 – Catedral de Sal de Zipaquirá
Las herramientas optimizan las labores del cuerpo, extendiendo y potenciando nuestras habilidades físicas para cumplir de manera más eficaz las demandas del trabajo. Un desarmador canaliza la fuerza de la mano para girar la pequeña rosca del tornillo; el abrigo nos aísla del frío, brindándonos una segunda piel inerte; los libros contienen conocimiento destinado a ser compartido, transportado y consultado. Con el tiempo, las herramientas se han vuelto más sofisticadas, y muchos procesos de construcción y reparación se han alejado del cuerpo humano, automatizando su producción y reduciendo la necesidad de intervención directa.
Máquinas y sistemas computacionales han asumido tareas que antes dependían de nuestra destreza manual y capacidad cognitiva. Aunque esta evolución tecnológica nos proporciona una eficiencia sin precedentes, también amplía la distancia entre los trabajadores y los productos finales que constituyen nuestro entorno. La fabricación automatizada no solo acelera los procesos, sino que redefine nuestra relación con el trabajo y las herramientas, convirtiéndonos más en supervisores de sistemas complejos que en artesanos activos. Así, las herramientas han trascendido su propósito original, transformándose en extensiones tanto de nuestra mente como de nuestro cuerpo.
La tecnología no es solo una estrategia de supervivencia y optimización, sino una parte fundamental de nuestra naturaleza como especie. Como un constructo colectivo, nuestra relación con la tecnología es simbiótica y evolutiva. No se trata simplemente de una serie de invenciones aisladas, sino de una manifestación de nuestra capacidad para transformar el entorno y, en el proceso, transformarnos a nosotros mismos. Los artistas en esta exposición abordan los procesos tecnológicos con una cercanía profunda: como si se tratara de una materia inédita, emplean el trabajo manual para explorar su esencia y analizar sus propiedades, descubriendo nuevas formas de entender los medios generativos que dan forma a los objetos contemporáneos. Así, este grupo de creadores inventa oficios aún sin nombre, cuyas implicaciones están por revelarse, explorando desde la intuición y la curiosidad un territorio recién abierto al pensamiento y a la creación.
Una catedral en una mina de sal es una poderosa metáfora de transformación, donde, tras el cese del oficio obrero y el fin de la extracción, la infraestructura industrial se convierte en un espacio de contemplación y recogimiento. En este entorno, las paredes rugosas de piedra y las superficies brillantes de sal exaltan la belleza natural de los minerales y la habilidad del artesano, quien mano a mano con las excavadoras tallaron a pica el espacio. Álvaro Cabrejo, en su práctica mixta que abarca video, performance y trabajo textil, se inspira en estos oficios que han dado forma al lugar desde distintas épocas. Cabrejo construye hábitos nuevos para personajes arquetípicos, reinterpretando su oficio y significado en la historia: Una figura eclesiástica cuya blanca capa se ensucia con el mineral del piso, un soldado cuyos emblemas militares se adosan a su ruana campesina, o un minero usando un casco con luz estroboscópica. Los trabajadores, desde la interpretación de personaje, se convierten en metáforas de las estructuras de poder, y hacen porosos los límites que entendemos entre autoridad, sacrificio y devoción.
Un referente histórico crucial de este enfoque es *ZEGUSCUA*, de Gustavo Sorzano, una obra sonora encargada por el Museo del Oro, en la que el artista fusiona de manera innovadora el sonido electrónico con instrumentos musicales indígenas de la colección del museo. En una época en que la música electrónica se erigía como la vanguardia de la experimentación sonora, Sorzano manipula sintetizadores Moog y crea clavicordios y kotos electrónicos de su propio diseño, integrándolos armoniosamente con tambores, sonajeras de jade, ocarinas precolombinas y cascabeles de oro. Estableciendo un puente entre la tecnología artística más avanzada y elementos sagrados ancestrales, esta obra electroacústica se convierte en un punto de encuentro entre modernidad y tradición. ZEGUSCUA, palabra chibcha que significa "narrar", parece contarnos una historia sin palabras: una leyenda en la que dos naciones que habitaron el mismo territorio se reconocen como parte de un solo pueblo.
El concepto de trabajo manual está intrínsecamente ligado al de artesanía, un saber que, aunque a menudo se percibe como parte de una tradición inmutable, es en realidad un proceso en constante evolución. Linda Pongutá, al trabajar con artesanos de la comunidad ocaina, ha fomentado un diálogo creativo con la cestería tradicional, dando lugar a una serie de piezas que funcionan como prototipos para nuevas formas de trabajar. Este proceso colaborativo abre nuevas posibilidades para el oficio artesanal, donde los ocaina exploran innovaciones en sus técnicas y Pongutá aporta sus conocimientos para responder a las necesidades de la comunidad. La artesanía como tecnología comunicativa se extiende en el video Maguaré, encontrado por Pongutá en el archivo de material audiovisual producido por TELECOM antes de su quiebra. En el video se consigna el proceso de creación de un tambor que comunica a las comunidades de la selva, pues resuena a una distancia de 20 kilómetros. La pieza adquiere un dejo de denuncia cuando se sabe que TELECOM tenía el proyecto de pasar fibra óptica por el Amazonas, con implicaciones sociales y medioambientales para muchos cuestionables.
El arte, como forma de interpretar la naturaleza compleja de las imágenes, tiene la capacidad de crear archivos visuales y consignar datos en formas plásticas, lo que permite comprender mejor procesos complejos. Este es el caso de *ROJO*, un proyecto colaborativo liderado por Giovanni Vargas junto a otros artistas, que interpreta colecciones de datos sobre la dominación territorial de Marte. A través de diversas piezas, como un textil que reproduce la primera imagen del suelo marciano, una pintura compuesta por capas de imágenes de formaciones geológicas, un libro que mapea los impactos de asteroides en la Tierra, y un artefacto que traduce sonoramente las cualidades especulativas de la síntesis de tierras raras, *ROJO* se convierte en un proyecto artístico y cartográfico que transforma datos científicos en experiencias sensoriales, ofreciendo nuevas perspectivas sobre la exploración y la colonización espacial.
La obra de Carolina Rosso aborda de manera crítica la industria alimentaria y sus efectos sobre el cuerpo y el medio ambiente. Partiendo de la comida industrializada, repleta de conservantes y sustancias tóxicas permitidas legalmente, Rosso crea esculturas que, a pesar de su apariencia divertida y juguetona, generan una sensación de repudio. Montañas de productos en polvo forman paisajes que aluden a la explotación del territorio colombiano para la producción masiva de café, leche y azúcar, mientras un simpático *smiley* contiene cantidades excesivas de margarina de baja calidad. Detrás de su apariencia ingenua, la obra de Rosso denuncia el abuso al que el cuerpo humano es sometido por la industria alimentaria y la devastación de la naturaleza para producir versiones degradadas de alimentos esenciales para la vida.
Hurgando entre el desperdicio y lo considerado basura, Adrián Gaitán encuentra nuevas posibilidades para materiales despreciados como excedentes del consumo. Sus esculturas interpretan líricamente esta materia prima, en figuras que evocan el letargo y el ensueño. Contraponiéndose a la suciedad y el deterioro que suelen acompañar estos objetos, su poética valora el conocimiento popular: el jabón rey, las bolsas de agua espantamoscas, los costales de escombros y la ropa usada se transforman en escenas de fantasía, donde adquieren nuevas formas y significados. Gaitán convierte lo desechado en símbolos contemplativos, dotándolos de una vida renovada y elevándolos a una estética cargada de nostalgia y belleza. Lo que alguna vez fue considerado insignificante o descartable se transforma en su obra en un lenguaje que desafía los límites entre lo cotidiano y lo sublime. Sus esculturas, impregnadas de una profunda sensibilidad hacia lo marginal, nos recuerdan que incluso en lo más humilde reside el potencial para lo extraordinario, y que la creatividad puede brotar de los lugares más inesperados.
Artistas participantes
Adrián Gaitán
Álvaro Cabrejo
Carolina Rosso
Giovanni Vargas (con Pedro Ramírez y Juan David Quintero)
Gustavo Sorzano
Linda Pongutá (con Marcela Teteyé)