El arte debería decir de nosotros, o hacernos saber de nosotros,
cosas ajenas a las que la historia nos propone.
El amor al arte es amor a la verdad, y nada tan repleto de mentiras como la historia.
¿Habría entonces una actividad artística que recorre todos los tiempos?
La actividad artística recorre todos los tiempos porque recorre todos los cuerpos.
¿Y de qué sería expresión?
De las virtudes, cualidades sensoriales y motrices de los cuerpos que atrapamos en esa cultura.
¿De un modo de ser?
Más bien un modo de sentir.
Entrevista de José Díaz Cuyás a Ángel González García. Madrid 2014.
Hablar de cerámica es siempre un reto. Materia inestable, mágica y con un profundo significado antropológico, en la cerámica se diluyen conceptos como “lo artificial” y “natural”; se aúnan en su creación técnica y conocimiento; y, en su contemplación atenta, se activan simultáneamente ojo, mano y mente. Nicolás Bonilla Maldonado (Bogotá,1984), ha dedicado más de 15 años a la exploración de las posibilidades plásticas de la cerámica más allá de su acepción como materia utilitaria, partiendo de un aspecto primigenio de esta técnica: la convergencia en ella de las ciencias aplicadas y la plástica.
Tierra de Serpientes, su primera exposición individual para La Cometa Madrid, es ante todo un proyecto de expedición, en su sentido más enciclopédico e ilustrado de descripción sistemática de lo real. El autor ha visitado 15 emplazamientos, bajo la figura del servicio geológico Ápex, donde ha podido recolectar arcillas salvajes directamente para la elaboración manual de más de 3000 rocas.
Tras la elaboración de las rocas mediante técnicas de cocción de fuego abierto como “pit firing” y “saggar”, Bonilla Maldonado nos presenta un catálogo preciso, que forma parte de su investigación abierta por esta “Tierra de Serpientes”, territorio correspondiente a la actual península Ibérica y designada por los griegos como Ophioússa debido a la presencia de estos reptiles en su paisaje.
La repetición y su impacto no solo en el modo de hacer sino también en el modo de pensar resulta fundamental para comprender la obra de Nicolás. Lejos de ser una mecanización u obsesión, se trata de un acto ritual, que conecta no solo con generaciones pasadas sino con distintas culturas y tiempos. Es un proceso lleno de ritmo, de pausas donde se escucha tanto a la mano como a la materia.
La escala de cada roca es en cierta medida la escala del gesto manual del artista, en un proceso que el sociólogo Richard Sennett describe como “la repetición por la repetición misma: como las brazadas de un nadador, el puro movimiento repetido que termina siendo un placer en sí mismo”.
La relación con lo ritual se pone en manifiesto también al observar las formas reincidentes de las rocas, propias del campo de las estelas funerarias primitivas y menhires megalíticos, un interés que encaja con la formación arqueológica de su autor. Por último, encontramos un ritmo cíclico en la transformación de roca en arcilla, y de arcilla en roca, sin alterar su composición interna.
En cada uno de estos “gabinetes”, que recorren desde el Cañón del Sil hasta Lanzarote y acompañados de documentos gráficos, herramientas y manuales, el artista nos lleva a cuestionarnos su papel como revelador de los procesos de construcción de la realidad. La presentación de las rocas, fruto de un proceso manual, imperfecto y lleno de los azares del fuego y el humo en su elaboración, se contrapone con la puesta en escena de vitrinas precisas y taxonómicas, propias de la práctica científica.
La confluencia de estos dos campos de pensamiento da pie a preguntar sobre el papel de los lenguajes en nuestro entendimiento del mundo y a cómo el contexto pasa a ser un generador de significado, que en muchos casos se convierte en protagonista.
Presentar esta muestra hoy, en 2023, ante la irrupción de nuevas tecnologías que desbordan la capacidad humana, nos lleva a conectar con tradiciones, ritos, formas y significados milenarios. Esto supone, cuanto menos, una gran oportunidad para reflexionar qué es ser humano hoy, y cuanto de humano nos queda al relacionarnos ciegamente con las nuevas herramientas de nuestro hacer.
Juan A. Otamendi Santander