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5 de noviembre 2024

Tradicionalmente los seres humanos hemos establecido estrictas barreras con el resto de los seres vivos, entendiendo que nuestra forma de organizarnos en sociedad y de relacionarnos con el entorno nos hacía diferenciarnos del mundo animal. Sin embargo, de la misma manera que se superaron las resistencias a la teoría de la evolución biológica de las especies, parece cada vez más evidente que nuestros comportamientos también son el resultado de una misma larga evolución. Queda especialmente de relieve en lo que se refiere a los sentimientos de territorialidad, que debido fundamentalmente a la necesidad de cubrir nuestras necesidades primarias nos hace vincularnos a ámbitos geográficos concretos, muy en la línea del pensamiento que anticipaba Robert Ardrey*1 hace unas décadas en su obra «El Imperativo Territorial». El hecho de defender la territorialidad ha sido una constante en la historia de la humanidad, ocurre a muy diversas escalas y desde luego también entre diversos países limítrofes que mantienen sus litigios y confrontamientos en la actualidad.


Tomando esta base, se establece este proyecto expositivo en el que participan Glenda León, Juana Córdova y Katherinne Fiedler, tres artistas latinoamericanas que aportan su enfoque personal, vinculado a la experiencia próxima de su entorno, y estableciendo un permanente paralelismo entre el mundo animal y el mundo humano, dejando constancia de la inevitable correspondencia que existe entre ellos.


En la obra «El Enemigo «de Glenda León (La Habana,1976), un perro que ladra a un gato es, en este caso, el símbolo de las frustraciones, de los miedos, de la mala imaginación o paranoia, de la mala interpretación del mundo, y es precisamente contra todo esto contra lo que la obra en general trata de manifestarse.


El gato maneki-neko, un símbolo japonés de la buena suerte, especialmente éste, es el escogido, colocado a la entrada de los lugares para atraer fortuna. Pero al mismo tiempo no pertenece al mundo del perro (proyectado), sino, en todo caso al mundo material, lo que nos dice que lo real, el universo en su esencia pura es de naturaleza benéfica, pero el animal lo interpreta y transforma en una situación de confrontación.


Extrapolándolo a nuestra sociedad se puede interpretar como una tendencia a la protección, a encontrar amenazas ante aquello que desconocemos y por tanto a evitarlo como medida de defensa, y se realiza con las herramientas que se disponen, con la violencia y con la intimidación, del mismo modo que actúa el perro ladrando cada vez con mayor intensidad.


En este sentido, en un contexto más geopolítico las naciones históricamente han visto enemigos en donde no los hay, pudiendo incluso retroalimentar su existencia creando la imagen de un enemigo amenazante prolongado en el tiempo, justificando sus actuaciones bélicas.


Con esta obra se intenta ridiculizar a nuestros fantasmas mentales, que son en la mayoría de los casos, nuestro mayor enemigo. Es una llamada a la paz en todos sus sentidos, en todos los espacios.


*1 R. Ardrey definía el Territorio, en sentido ecológico, como “el espacio, sea acuático, terrestre o aéreo, que un animal o grupo de animales defiende como reserva primitiva suya. Y se denomina territorialismo la compulsión interna que mueve a los seres animados a poseer y defender tal espacio”