Lo invisible no es lo contradictorio de lo visible: lo visible tiene la armazón de lo invisible, y lo invisible es la contrapartida secreta de lo visible, pues sólo aparece en él. Es el Vichturprasentierbar que se ha presentado en el mundo —no se lo puede buscar y todo esfuerzo para verlo lo hace desaparecer, pero está en la línea de lo visible, ese es su hogar virtual (entrelíneas) —
Lo visible y lo invisible, Maurice Merleau Ponty
En el principio, la línea. Una forma indiferenciada de potencialidad. “Longitud sin anchura” para la geometría Euclidiana, en este caso la línea no representa, revela; no es contorno, es aparición. Marca el tránsito entre el caos y el cosmos, entre lo informe y la forma. Para Óscar Valero y Mercedes Lara la línea es un acto generativo, el vínculo entre el interior y el exterior: su gesto se vuelve forma en el mundo.
Merleau-Ponty, en su reflexión sobre la percepción, propone que lo visible y lo invisible están “entrelazados” como dimensiones de una misma experiencia. Entonces la línea sería el umbral donde esa frontera porosa de lo invisible se vuelve figura. No es lo mismo una línea ondulada y delgada, vacilante, rígida, cálida o sensual. Su presencia puede dar lugar a sentidos plurales y múltiples. Por medio de ella, se pueden expresar diversas perspectivas de la realidad según su índole y temperamento, desde la creación de figuras hasta otros símbolos y sensaciones, dependiendo del trazo variará el significado.
Con la línea, la música –apreciable tan sólo por el sentido auditivo– se introduce en el plano visual y físico, permite revelar el espacio que ocupa y es el trazo que da posibilidad a la investigación visual de Óscar Valero, quien busca analizar gráficamente la estructura de las composiciones de J. S. Bach. Su línea, recta, firme, con dirección, nos remite al Uno del neoplatonismo, a la idea de que la realidad surge de lo más simple, de lo indivisible, que se conecta con la idea metafísica en una línea ideal que revela la abstracción máxima de la música a través de la percepción visual. El Preludio VIII en Mi Menor de Bach, del que parte el artista para realizar estas obras, se compone tan solo de 8 notas, pero refleja una complejidad profunda que vuelve a la propia estructura musical, al origen de la armonía y a la belleza de cada pieza. Con su trazo, criterios como la proporción, el ritmo y la melodía se transforman en espacio físico, y los parámetros del sonido y la música, como el tono o los compases, son codificados e introducidos en una retícula para revelar visualmente la pieza musical.
En Mercedes Lara, en cambio, la línea es experiencia sensible total, un “entre” donde el ojo toca al mundo y el mundo se deja tocar. La línea es la frontera y la unión de sus cartografías. Es una exploración de los límites, de la idea de que cada cambio tiene un borde, y por lo tanto, la línea no es solo división, sino también conexión o transición. Las caras de porcelana están marcadas por líneas que se asemejan a las líneas de nuestras manos, o a la superficie de un mar agitado. Sus telares son a la vez tejidos de luz, que se forman no solo por la linealidad del hilo y los patrones creados, sino por las líneas de transmisión, nombre que tienen las sombras generadas por una línea. En sus obras, la forma en sí se hace casi invisible, mientras hace visible el horizonte que divide el agua del cielo, el límite que separa el día de la noche o la luz en un juego de sombras y tensiones que hablan sobre la fragilidad, los límites y las ataduras. La línea no solo demarca, sino que abre, manifiesta.
La línea es código, armonía, abstracción; es forma, y también idea. Cuerpo, piel o frontera; es matérica, y también símbolo. La contraposición entre lo visible y lo invisible significa “que para comprender plenamente las relaciones visibles hay que ir hasta la relación de lo implícito con lo explícito…”. Al final, la línea se cierra; en realidad era un círculo.