La propuesta de Karlo Andrei Ibarra parte de una paradoja: un meteorito que cae sobre el mundo y, en lugar de destruirlo, lo reconstruye. Con esa imagen estructura un conjunto de piezas donde la cartografía pierde su supuesta objetividad. Mapas, brújulas y atlas dejan de ser herramientas neutrales para revelarse como lo que han sido: instrumentos al servicio de proyectos de conquista, extracción y control. 

Su relación con los mapas no es nueva. Desde 2005, Karlo los concibe como pieles sometidas a mutaciones históricas. En sus primeros registros fotográficos documentaba estructuras en ruina y deterioro, como huellas materiales del tiempo. Hoy  esa intuición aparece en clave más amplia: mapas reconstruidos con capas de edificios coloniales de San Juan, convertidos en palimpsestos arquitectónicos que muestran una geografía flexible, hecha de memoria. Estas cartografías reensambladas señalan un territorio que no es fijo, marcado por la violencia, pero abierto a formas de lectura.

El atlas triturado y convertido en polvo estelar, la brújula sin puntos cardinales o las botas militares de concreto que pesan sobre el continente, condensan la crítica a la cartografía como emblema de la Modernidad. Como señalaron Farinelli o Mignolo, los mapas no solo representaron la tierra, también colonizaron imaginarios, sustituyendo el territorio y tomando su representación como real. Karlo retoma esa tradición de “counter-mapping” y la desplaza al terreno de la metáfora visual. Sus obras denuncian la persistencia de la colonialidad y ensayan, a la vez, nuevas coordenadas.

Desde Puerto Rico -país no incorporado, subordinado política y económicamente a Estados Unidos- la maniobra es incisiva. El meteorito, al interrumpir la geografía heredada, no simboliza únicamente la catástrofe, sino la posibilidad de imaginar un espacio de invención: constelaciones en lugar de fronteras, coordenadas móviles en vez de límites impuestos, que como toda práctica de reparación, se destruye y rehace.